Un niño que juega

“Cuando era niño, podía recordar todo,
 hubiese sucedido o no...”
Jorge Luis Borges


Donald Winnicott (1896-1971) trabaja como pediatra desde 1923 en servicios hospitalarios con niños —en donde permanecerá hasta 1963—.  Descubre el psicoanálisis a través de un libro de Freud, y decide analizarse. Lo hace con James Strachey antes de la guerra, y luego una continuación con Joan Rivière. Habría comenzado a analizarse con Klein si ésta no lo hubiera rechazado con el fin de encargarle la terapia de su hijo menor. 
En 1923 Freud se encontraba teorizando en Viena, Ferenczi en Budapest; Anna Freud y Klein iniciando sus investigaciones en el campo del psicoanálisis infantil. En 1926 Ernest Jones invita a Klein para trabajar y dar conferencias en Londres; lo que había despertado recelo y resistencia en Berlín y en Viena, despertó un vivo interés en la Sociedad Británica de Psicoanálisis. En medio de un clima de diálogo e investigación, de discusiones clínicas y teóricas, Winnicott da el paso de la pediatría al psicoanálisis. Trabajando hasta el final de su vida en el análisis con niños.
En el libro Historia del psicoanálisis infantil de Claudine y Pierre Geissmann, Winnicott ocupa poco menos de dos páginas. En las cuales se destaca su lugar “intermedio”, “independiente”, dentro de la controversia que se produjo en el seno de la Sociedad británica luego de 1938, entre el grupo Kleiniano y el Annafreudiano. Conformando el Middle Group o el grupo de los llamados independientes. Winnicott se mantuvo al margen de la polémica. No buscó el poder, no creó ninguna escuela, y no se consideró a sí mismo un maestro del pensamiento. 
Su relación con Melanie Klein duró más de treinta años, respetaba tanto a la persona de Klein como a su obra —de la cual se consideraba, junto con la de Freud, en deuda—, pero no integró el grupo de los kleinianos, a los cuales pensaba como un clan (debido justamente a su funcionamiento grupal) nocivo tanto para la propia Klein como para la Sociedad británica de Psicoanálisis. 
La crítica que efectúan los Geissmann sobre Winnicott es que no nos podemos apropiar de él, y que el juego del garabato (squiggle) no es una técnica. Aunque justamente en esto reside la riqueza de Winnicott.
El libro está estructurado a partir del comienzo y de las divergencias; de las pioneras en lo clínico, en lo teórico, y en lo regional; de las escuelas y de las controversias; de las invenciones, de los aportes (principalmente) técnicos, y de las aplicaciones.
Podemos pensar que este libro sobre la historia del psicoanálisis infantil se estructura a partir de lo que son —o de lo que han sido— las escuelas en el psicoanálisis. Pero la historia de éstas son los avatares políticos de las sociedades psicoanalíticas. Se refleja entonces la enorme dificultad que experimentan los psicoanalistas para estar a la altura del legado freudiano. 
La pelea por la sucesión abierta por los postfreudianos fue sostenida emblemáticamente por Melanie Klein y por Anna Freud. Lo que organiza este libro es esta lucha. Las sociedades psicoanalíticas no han podido pensar su agrupamiento desde la enseñanza que se desprende del psicoanálisis; no pudiéndose diferenciar, por lo tanto, de cualquier otro tipo de agrupamiento social. Más allá de las rivalidades imaginarias y de las disputas políticas, y aun de las conclusiones teóricas a las que arriban, esta cuestión deja entrever que la formación de los analistas implica siempre y renovadamente (cada vez y por cada uno) la aprehensión de la experiencia que abre el descubrimiento de Freud. Debido a esto nos encontramos a cada paso con las mismas preguntas, hechas desde contextos y estilos diferentes, y aun con las mismas dificultades y resistencias.
Que Winnicott no entrara en las virulentas disputas de la Sociedad Británica, que conforme el grupo independiente, no habla, de ninguna manera, de un pensador solitario. Él estaba en medio de la Sociedad Psicoanalítica, y aquí “en medio” quiere decir “bien metido”.
El lugar de pensador solitario, en psicoanálisis ha quedado reservado exclusivamente a Freud, y sólo en aquellos primeros años; en él, a partir de su intercambio con los discípulos, también se dio una producción ligada a lo que estaba ocurriendo en las sociedades analíticas, a cómo era recepcionado el psicoanálisis por los psicoanalistas.
Lacan decía que la única resistencia en juego en el psicoanálisis, y esto debe leerse también “al” psicoanálisis, es la del analista. Desde aquí podemos pensar ya no en un plano diacrónico las diferentes escuelas del psicoanálisis infantil, sino desde un plano sincrónico lo que éste siempre pone en juego. Y sobre esto Winnicott tiene algo que decir, ya que su aporte da en el blanco.

El objeto

Ya es tiempo de comentar que voy a hacer trampa, bueno, ya la hice. En realidad voy a hablar de Winnicott pero desde Lacan.
Lacan ubica en el objeto transicional de Winnicott aquello a partir de lo cual formula “su” objeto a. Al objeto primero que llamamos pecho para funcionar en la ruptura del vínculo con el Otro, le falta la plena ligazón con éste —del cual ese pecho no es—. El problema es saber cómo el niño sale de la satisfacción para construirse un mundo. El seno no es el lazo que hay que romper sino su primer signo, la primera forma, la que vuelve posible la función del objeto transicional.
El objeto transicional que Winnicott recibe de las manos del niño le permite a Lacan desmitificar la función del objeto llamado parcial, pensado sobre la base de las pretendidas relaciones de desarrollo de lo pregenital a lo genital. La presencia de ese cachito de trapo que el bebé manipula, interfiere la relación del niño y la madre. Ese pedacito de sábana, ese cachito manchado al que se aferra el niño, ese primer objeto de goce, ya no es el seno de la madre (el que nunca permanece), sino aquel siempre al alcance: el pulgar de la mano del bebé. 
El objeto transicional tiene el carácter de cesión del objeto que hace surgir la cadena de objetos cesibles, que son o pueden ser equivalentes. Ese objeto es una puntita arrancada a algo, a un pañal por ejemplo; y bien se ve que en la relación a ese objeto el sujeto halla soporte. El niño no se disuelve en él sino que se conforta en él, es en cierto modo el suplente del sujeto. Ese objeto es la relación, sobre algo que secundariamente reaparece después de esa desaparición. Lacan habla entonces de un sujeto mítico —ya que no está en el origen—, precedido por el objeto a. El objeto a comanda, el sujeto como tal funciona al principio a nivel de este objeto transicional.  
El Fort-Da de Freud es el lugar por donde el sujeto entra en lo simbólico, haciendo surgir lo que Winnicott llamó objeto transicional: la pequeña pelota del juego freudiano.
No hay Fort ni Da sin Dasein marca Lacan, el significante no es sin él, pero a la vez remarca que no hay Dasein aún en el Fort. El sujeto brota en la donación que es el Fort-Da freudiano. La Urverdrängung, la represión originaria, sitúa Lacan en el vacío, en la ausencia absoluta de Dasein. Sobre esa nada, la que obtura el objeto a, asienta al sujeto —que éste divide—.
En este juego inaugural no hay sujeto, debido no sólo a que se dé en el trasfondo de la presencia-ausencia de la madre, sino a que apoyándose en la pequeña bobina el par de opuestos lo engendra. El lenguaje no designa al sujeto, lo dona. Puesto que en el origen no está el sujeto, no hay Dasein sino en el objeto a.

Dando vueltas

Ahora retomemos esto desde el juego freudiano. Lacan dice que en el Fort-Da se da el ingreso en lo simbólico. Allí ubica el primer par de opuestos que engendran al sujeto, el que se sostiene en el objeto que lo precede. Lacan dirá que el niño en ese juego se ejercita. Pero marcará allí la captura que efectúa el lenguaje sobre el niño. En el juego inaugural entra en juego el lenguaje. El significante representa un sujeto para otro significante. 
Esquematizando queda:

 s s’  
S

Pero el sujeto se sostiene en el objeto, entonces tenemos que:

    a
  s s’   
      S

Entre un significante y otro, en el intervalo, se sitúa tanto el sujeto como el objeto. Si rotamos el esquema y sacamos la barra, reconocemos que lo que queda es la fórmula del fantasma.

           s
S <> a
              s’

En lo imaginario surge el espejismo del deseo. El fantasma integra el objeto que divide al sujeto. La fórmula que condensa el goce del sujeto, la frase que lo coagula.
De esta manera, de pronto hemos pasamos sin transición del pecho al objeto, ya sea el de Winnicott o el de Lacan, y del Fort-Da al sujeto dividido o al Dasein de Heidegger. En el recorrido se nos perdió el niño y la clínica del psicoanálisis infantil.
Si pensamos, por otra parte como lo captamos en la clínica, que en la infancia esta instancia aún no existe. Y no existe justamente porque la función del objeto a, la de partenaire sexual del sujeto, surge haciendo caer la infancia; produciendo el salto a la adolescencia, luego del llamado por Freud período de latencia. Lo que cae entonces, dando paso al fantasma, es el juego. Aquello que en psicoanálisis infantil permite operar al analista.
Si retomamos el esquema, borrando el fantasma que no hay en la infancia, nos queda el juego en medio del par significante, taponando el vacío:

             S 
Juego
            S’

El juego en el niño se encuentra tensionado entre el lenguaje y la sexualidad. Si en el adulto el fantasma enmarca el deseo, en la infancia, en el tiempo de espera, el juego vela la sexualidad (latente). Winnicott destaca que el elemento sexual queda fuera del juego, y que cuando éste aparece el juego se detiene.
E incluso podemos ubicar a ambos lados de este “Juego” aquello que en la historia del psicoanálisis infantil los psicoanalistas fueron teorizando para intentar dar cuenta de la especificidad clínica, es decir transferencial que se da aquí.

    s
niño Juego Objetos parciales
    s’

Según dónde nos posicionemos, si del lado de la vertiente del niño (vertiente educativa), o del lado de la vertiente de la proliferación de objetos parciales (vertiente fantasmática), estaremos pensando las dificultades que han obstaculizado a los analistas pensar la especificidad del psicoanálisis infantil. Del lado del annafreudismo podemos pensar en una investigación que tienda a un fundamento, a técnicas, a procedimientos que tengan una finalidad normativa para el niño, que hagan pasar sus experiencias por una serie de fases típicamente educativas. Y del lado de Klein podemos hacer referencia a la crítica de Winnicott que se concentra en destacar que Klein habló del juego del niño para hacer uso de él, para ir en busca de las fantasías inconscientes que supone detrás del mismo; es decir suponiéndole a la escena lúdica un fantasma. Suponiendo un relato al teatro del absurdo. 
Forzando la cosa para traer al juego el sentido y el sinsentido, con la mira puesta en el Seminario 23 de Lacan, podemos traer a cuento a Joyce pero como desabonado del inconsciente. En el análisis con niños encontramos que sobre la escena lúdica se concentra goce desde un relato que le ek-siste, en términos freudianos podríamos decir con un relato que coexiste al tiempo de la espera de la pérdida de los objetos primarios. 
El espacio del juego es aquel en el que Winnicott trabaja (más allá de su teorización sobre el self); quizá sea en este sentido que estuvo en el medio —y no sólo de las escuelas y las controversias, sino de la clínica y del campo freudiano—.

El juego divino

A partir de aquí nos queda pensar el juego. Al menos abrir líneas de fuga sobre la esencia del espacio de juego. En Realidad y juego Winnicott lo introduce comentando a Milner quien trabajó sobre la formación de símbolos. Quiero traer aquí esa cita:

Los momentos en que el poeta primitivo que hay en cada uno de nosotros nos creó el mundo exterior, al encontrar lo familiar en lo desconocido, son quizás olvidados por la mayoría de las personas, o bien se los guarda en algún lugar secreto del recuerdo, porque se parecen demasiado a visitas de los dioses como para mezclarlos al pensamiento cotidiano.

Apoyándome en esta frase quisiera que acudamos a lo sagrado para pensar en el juego. En el panteón griego no encontramos, al menos no de inmediato, al dios que preside el juego del niño. Los dioses griegos tienen diversos terrenos de incumbencia, rigen diferentes esferas tanto de la phýsis —de las potencias naturales— como de los ámbitos de los mortales. El juego es uno de estos ámbitos. No el juego de los adultos, que para ellos no estaba desligado de lo divino, trazado desde la competencia, el agón, sino el juego del niño.
Con respecto a este ámbito enseguida recordamos la frase de Heráclito, el fragmento 52, que dice: El tiempo es un niño que juega, dispone las piezas: reino de un niño. Notando que la sentencia une el tiempo al juego del niño; y que además nos habla de un reino.
Entre los antiguos fragmentos órficos encontramos un dios que guarda relación con el juego del niño, un dios que será nombrado en otra sentencia de Heráclito, el mismo dios que rige el juego teatral de la tragedia:

Los misterios de Dioniso son absolutamente inhumanos. Cuando él era todavía un niño, y mientras los Curetes danzaban en torno a él, los Titanes se introdujeron con astucia y, después de engatusarle con juguetes infantiles, esos mismos Titanes lo despedazaron, aunque era todavía una criatura, como dice el poeta de la iniciación, Orfeo el Tracio:
El trompo, el aro, las muñecas articuladas
Y las espléndidas manzanas de oro de las rumorosas Hespérides.
Clemente de Alejandría

Dioniso aparece ligado al juego, con atributos de niño: juguetes. Paradójicamente cuando se lo nombra como niño aparece despedazado. También se da así cuando tiene en sus manos un espejo:

…se dice que Hefesto le hizo un espejo a Dioniso, 
y que el dios, al mirarse en él y contemplar su propia imagen,
 se decidió a crear toda la pluralidad.
Proclo

Otro fragmento une ambas figuras del dios:

Porque Dioniso, cuando vio su imagen reflejada en el espejo, se puso a perseguirla,
 y en consecuencia se hizo mil pedazos. Pero Apolo lo recompuso y le devolvió la vida…
Olimpiodoro

“Persiguiendo su imagen”, como el infante en el espejo de Lacan. El mundo es el dios en el espejo, la forma como Dioniso, al detener su imagen en el espejo, se contempla.
Dioniso surge de la contemplación de la vida entera. Pero cómo abarcar la vida en una mirada de conjunto. Es el dios de la contradicción, es vida y muerte, alegría y tristeza, éxtasis y congoja, benevolencia y crueldad, cazador y presa, toro y cordero, macho y hembra, deseo y desasimiento, juego y violencia. En el éxtasis orgiástico Dioniso rompe la individualidad del poseído. Pero Dioniso no persigue realizar el acto sexual. La bacante para no ser presa sexual, se transforma en cazadora.
En Dioniso las imágenes ligadas al juego y a la niñez, al éxtasis y al culto orgiástico se dan a la vez. Dioniso mientras juega mata; ríe con rostro de mujer y al mismo tiempo destruye; pone en juego la violencia.
Luego de este rodeo podemos introducir el fragmento 15 de Heráclito, que cuando nombra a éste dios dice que son lo mismo Hades y Dioniso.

El ámbito del juego

Primero el fantasma y ahora los dioses… Se preguntarán qué tiene que ver esto con la clínica de niños… Qué tiene que ver esto con la esencia del juego del niño.
Un niño que juega subvierte el orden del mundo. Con sus pequeños objetos, con sus juguetes, si es que lo son —ya que cualquier cosa puede adquirir ese estatuto— crea, disuelve, y vuelve a crear ¿qué? Un mundo, y luego otro, y otro, y otro más…
Un niño que juega nada sabe de la estabilidad y de la presencia, de lo presente y del ente; sin embargo hace tambalear ese invento de los adultos. Un niño que juega, como el poeta, funda. En las manos de un niño que juega Heráclito deposita el secreto de la phýsis, que ama ocultarse. En el reino de un niño que juega todo —tà pánta — puede devenir otra cosa.
El tiempo de Heráclito, el que enciende y apaga el cosmos según medida, es el oscilante reino de un niño. Un niño que juega sin porqué. Y que, como un prestidigitador o como Dioniso, hace que todo aparezca y desaparezca, que se esfume y que luego retorne bajo otra luz. El juego de los niños descubre la alétheia, que nada tiene que ver con la veritas, que nombra al tiempo, así como al evento del ser, y la creación del poeta.
El juego del niño es el reino donde dirigió su mirada Heráclito; así como, recogiendo la seña, Heidegger habla del evento que abre el espacio de juego temporal, el recinto donde la decisión del ser separa, divide, distingue, las épocas de su historia.
Lacan nos muestra que el Fort-Da es la fuente a la cual fue llevado Freud para pensar el inicio de lo simbólico y la compulsión a la repetición; luego de haber meditado desde el juego tanto el fantaseo del neurótico como la creación del poeta.
Winnicott fue conducido al jugar desde su práctica, por los interrogantes que en él generó; allí instaló el entre en el cual se da desde la cultura hasta la creación.
Si pensamos desde la esencia del jugar del niño vemos como cada uno de estos planteos responde a este topos. Cada uno de ellos nos habla de la esencia del juego. Heráclito abre el reino, desde donde Heidegger se adentra en lo que esencia en la historia del ser; Freud ingresa en el recinto donde surge lo simbólico y Winnicott nos muestra como introducirnos en el juego del niño para destrabar lo demorado. 

El reino de un niño

En 1971, seis meses antes de su muerte, Winnicott es invitado por un grupo de pastores anglicanos a tener una charla. En el curso de la conversación los religiosos le preguntan sobre un problema que los tenía preocupados: cómo podían distinguir entre una persona que se acerca a pedirles ayuda pero que en realidad está enferma y necesita un tratamiento psiquiátrico, y otra para la cual el hablar con un religioso le permitiría ayudarse.
Winnicott en principio queda desconcertado por la sencillez del planteo; guarda un largo silencio y luego les dice:

Si una persona va a hablar con ustedes y al escucharla tienen la sensación de que los aburre, eso significa que esa persona está enferma y que necesita un tratamiento psiquiátrico. Pero si, sea cual fuere la profundidad de su infortunio o de su conflicto, el interés de ustedes se mantiene sin decaer en ningún momento, entonces podrán brindarle una ayuda eficaz… 

La respuesta nos habla de la experiencia de Winnicott, y de la incidencia en su pensamiento del juego, desde donde piensa la clínica con niños y los análisis de sus pacientes adultos. Hacia dónde señala Winnicott con esta simple respuesta.

Demos ahora un último rodeo. Hölderlin, el poeta de los poetas, se rompía la cabeza meditando sobre la poesía, en sus Ensayos articula la poesía con el ritmo, pero no con el ritmo en el sentido de la rima, sino… ¿cómo decirlo? “Con el encanto”. Trabaja desde los cambios de tono; en los diversos grados del entusiasmo. Articulando la poesía al que la escucha arma algo así como un pentagrama musical. En esta escala, en este subir y bajar ubica la vocación y el deleite del poeta. 
Para percibir lo que acontece con el sujeto y el mundo en el juego del niño piensen en lo que ocurre al escuchar un poema; en lo que sobreviene al oír una melodía, o al presenciar el ambiente fluctuante de un recital. Recuerden lo que sucede por un instante frente a algún paraje natural: ante la extensión del mar, en el silencio del campo, bajo una tempestad, al pie de una montaña o al borde de un barranco. También podemos acudir al arrobamiento provocado en la contemplación de una obra de arte: una pintura, una escultura. Recuerden lo que aguijonea mientras leemos un cuento, pero no cualquiera, sino aquel que como se diría “toca las fibras más íntimas”. Piensen en el dolor, en el desgarro, que se da frecuentemente al terminar de leer una novela, al perder ese mundo. Evoquen la oscilación de los climas que produce la intimidad de la representación teatral. En la tensión, el suspenso, el terror, que induce una película en el cine. Pero también en esa palabra esperada de la persona amada, la que al ser pronunciada abre un mundo, o en cuando éste se derrumba al salir de la misma boca la palabra menos deseada.
El hombre se transporta, y se transmuta, al menos por un instante, pierde pie, abandona su mundo habitual. Luego regresa a su mundo, retorna a la monótona repetición de su frase fantasmática —la que lo sujeta, lo amarra—. 
El niño, en cambio, debe incesantemente crear su mundo en el juego, crearlo para habitarlo, para alojarse en él; y, de esa manera, sostenerse frente el discurso que le viene del Otro. Del narcisismo de los padres, de sus requerimientos de goce, que articulando velan el plano del lenguaje.
En los casos graves en la infancia lo que encontramos no es la falta de juego, es decir “nada de juego”, sino la inmovilidad de “un juego”, que impide que se despliegue el juego. Hallamos la fijeza de algún juego que impide que se despliegue el movimiento del jugar del niño. La esencia del jugar del niño es pasar de un juego a otro. En contraste con el fantasma que conserva, cristaliza, congela. El fantasma es puro abono al inconsciente, pero el juego es poético —como el lenguaje—.
En la clínica con niños, a veces, nos perdemos en lo que juega un niño en cada período. Lo importante es que juegue. Que su juego responda a la esencia del jugar infantil, es decir que pase a otro juego, una y otra vez. A veces el movimiento es tan vertiginoso que el niño ya está en otro juego, mientras el analista queda atrapado en el juego anterior.
El juego no tiene la fijeza del neurótico sino quizás la fragilidad del delirio que se ramifica. Cada vez que cae el juego se derrumba un mundo. Si el jugar no se detiene es que levita sin dolor, y el niño sigue jugando. Los significantes se reordenan en otro sentido; se anudan, se desanudan, se reanudan. Se desplazan las piezas, se establecen nuevamente en el tablero al estilo en que Carroll dispone el movimiento de Alicia a travez del espejo. Con el juego se trasmuta el mundo, y el niño espera.