En el espacio intermedio, nombrado en el primer poema como Tao sin nombre, se da la armonía; la que
surge de la mezcla y de la discordia de ying-yang.
En este entre surge el soplo que resguarda la simultaneidad del juego de
reversos, despliegue de tao; juego
entre lo que se sustrae y lo que se manifiesta, bajo la forma de la presencia o
de la ausencia. Cada cosa trae puesto a su espalda el contrario, pues ying-yang
se manifiesta como antagonismo. Entre ying
y yang el vacío estremece a los diez
mil seres, mostrándolos de frente o espalda. Sin embargo, esto no agota el
asunto.
El ideograma fu
es “volver la espalda a”, pero ¿en qué sentido habla este fu?, ¿indica que las cosas se presentan en la claridad y se
sustraen en la oscuridad? Si pensamos el ying
y el yang como ámbitos, el vacío
viene a colocarse en su centro, conformando la tríada en la que se mueven los
diez mil seres. Aquí nos conduce el tres que Lacan trabaja junto a François
Cheng con relación a la noción de vacío central, este tres da soplo a todas las cosas.
La sombra [ying] es
el lugar que se sustrae a la manifestación; es lo cerrado, la espalda que
resiste el opuesto (que no aparece). La luz [yang] es el claro que nunca se oculta, como tal está siempre en los
brazos, es decir, de frente; es el reino de lo despejado, donde impera la
presencia. No obstante, el espacio de extensión de los opuestos señala otro
ámbito: el del desocultamiento y ocultamiento, el juego de la verdad en el que todo
se juega.
Desde aquí podríamos regresar al inicio (del primer poema),
a Tao. Dejamos para el final los tres
últimos versos de la poesía que abre la trama de Lao Tse:
Ambos brotan de lo
mismo, pero llevan nombres diferentes.
Juntos significan
oscuridad.
Enigma y misterio,
umbral de toda mudanza.
El vacío central, ligado al ying-yang, puede ser
pensado como un umbral. Aunque ¿estos versos hablan de ese umbral? Las
interpretaciones clásicas convergen en esta afirmación. Una traducción posible
del final del poema es “puerta de toda maravilla”, donde “toda maravilla” hace
referencia a los cambios y transformaciones de los diez mil seres. Pero el misterio más alto no se refiere al ying y al yang. Desde el inicio el poema gira en torno a otros dos, el
inefable y el tao-con-nombre.
El vacío central se liga al vacío primordial,
paradójicamente un nombre de Tao.
“Llevan nombres diferentes” dice Lao Tse; tao
es decidido como el nombre más alto. Así se llena la nada: con una pequeña
palabra. Ambos, el silencio y la
palabra, brotan de lo mismo; de eso
que se insinúa en oscuridad. Son lo
mismo, pero no lo son. Si bien “ambos brotan” el silencio no mana, en su lugar
emana el tao revelado.
Juntamente, inmutable y el tao, son oscuridad. (La
palabra que designa lo oscuro: xuan,
significa tanto “misterio” como “enigma”). Conjuntamente son el umbral del verso, la puerta por la que
se origina lo sagrado. Primavera en la que todo florece. Los diez mil seres,
del primero al último, pasan por este umbral; y, al emerger, resurgen, llevando su marca inagotable. Lo mismo reúne en su esencia “lo que se
presenta” y “lo que se resguarda”; juntos son el enigma más alto. Reunidos, el
ser y el no-ser, lo presente y lo que se sustrae, la plenitud y el vacío,
poéticamente señalan lo sin par,
inasequible al decir.
MARCELO ALONSO
Extracto de Aquí también hay dioses, Editorial Biblos.