Al estilo del lógos,
Heráclito distingue de acuerdo con la fu/sij [phýsis]
cada una de las cosas que son. Tomemos ahora el verbo diaire/w [diairéo] de la sentencia; el verbo simple ai(re/w [hairéo], en su sentido germinal, hace referencia al trabajo de la
mano del hombre en la recolección de los frutos; compuesto queda tomado por el
“dia-” [dia], que divide su campo semántico en
dos valores: en el sentido de “atravesar”, y en el de “partición”. Diaire/w [diairéo] es “cortar”, “partir en trozos
o partes” (un animal asado); es “seccionar”, e incluso “despedazar” (un animal
crudo). Remite a “dividir”, “separar”; así como “apartar”. También es “hender”,
y de allí “abrir”. De ‘lo separado’ llega el valor de “repartir” y de “distribuir”
(las porciones); de manera abstracta es “distinguir por medio de divisiones o
de clasificaciones”; luego adquiere los significados de “decidir”, “fijar” y “determinar”.
Como vemos, diaire/w [diairéo] se abre a una multiplicidad
de posibilidades, las que nos envían a distinguir qué es el lógos.
Para iniciar la faena partamos del hender: el hender abre una brecha, hace la hendidura, como el arado
que en su camino agrieta la tierra abriendo el surco del que brotarán las
simientes. La semilla como la tierra es oscura, hasta que rompe a la luz. Este
hender corta ‘lo que no divide del todo’, como un bisturí que hiere la piel que
traspasa. El hender surca el aire como una flecha, entonces oímos su soplo. Cuando
cruza el mar el barco hiende el agua en su marcha, como un hombre que se abre
paso entre la multitud.
Abrir puede ser pensado como abrir una puerta; llevándonos a especular con
descubrir lo que está oculto, o cerrado. La puerta es signo de apertura, del umbral
que permite que algo aparezca y se muestre, que surja de lo oscuro. Abrir es
abrir los ojos, también abrir los oídos, entonces es ver y escuchar. Abrir es “desplegar”,
un papel o una frase. El desplegar —así como abrir un espacio o un tiempo—
extiende. El cielo nublado a veces se abre, permite que surja la luz: se
despeja. Abrir es dar paso, o dar cabida; dejar una huella en la tierra, abrir
un camino. Abrir es dar principio: Iniciar.
Comenzar la marcha, también es abrir. Este abrir es abrir el juego, en el que
todo se juega. Los pétalos del capullo se abren dando lugar al florecer de la
rosa. El lo/goj [lógos] es lo que abre —así se
abrió para Heráclito.
Desde antaño el decir de los presocráticos permaneció fusionado
a la fu/sij [phýsis]. La tradición comprende
que su pensar habla de la naturaleza,
concebida como “lo ente en su conjunto”; que, a la manera de una química arcaica,
se refiere a los elementos desde los que se genera y en los cuales se
descompone lo existente, es decir, de qué están compuestas las cosas —fuego, agua, tierra, aire—. O, en todo caso, es tomado como una
versión primitiva de la física, que se lanza a la investigación del Ser; entendido
a su vez como la ley universal que postula la unicidad de lo múltiple[1].
Luego de las ideas de Platón y tras la Física
de Aristóteles, la fu/sij [phýsis] de los pre-socráticos
fue considerada (anacrónicamente) como un modo de la ou)si/a [ousía], la entidad del ente[2].
La palabra griega fu/sij [phýsis]
quedó reservada para designar a la “naturaleza”. Este antiguo vocablo acoge su significado
del verbo fu/w [phýo], que distingue un “hacer
brotar”, “hacer nacer”, “producir”. Fu/w [Phýo]
designa el “origen”, el “nacimiento”, pero también el “crecimiento”; nombra la “forma
natural”, y de allí naturaleza. El verbo
presenta un sentido exterior y uno interior, con lo que es “carácter” tanto
como “orden natural” (opuesto al cultural). El lingüista francés Émile Benveniste,
refiriéndose a la naturaleza en tanto que realizada, traduce fu/sij [phýsis] por “cumplimiento [efectuado] de
un devenir”; de esta forma señala que no sólo se trata del origen y del
resultado, sino también del proceso en su carácter dinámico.
Entre los antiguos griegos fu/sij [phýsis] nombraba lo que brota
desde sí mismo, lo que germina rompiendo la cerrazón de la tierra, y asoma
a la luz. Es lo que florece y se despliega... La semilla se abre y desgarra el
terruño: se dispersa, mientras la tierra queda atrás. El brote se expande, y prospera;
de la muerte del retoño se abre en flor. Luego de la caída de los pétalos el
pimpollo florece. El fruto aflora cuando la flor se disgrega. Y el fruto se disemina;
si encuentra fertilidad, como semilla retorna al ciclo de la tierra, si no se
descompone en polvo. La fu/sij [phýsis], a partir de sí y
hacia sí, se presenta. Sin embargo, en el proceso se ausenta como origen de su
producto.
En el lo/goj [lógos] Heráclito recoge el
fruto de la naturaleza. Su palabra
reúne el devenir que destina la fu/sij [phýsis], la mensura que cada
ciclo hace brotar en el mundo. El encuentro de fu/sij [phýsis] y lo/goj [lógos] es encaminado por la
a)lh/Jeia
[alétheia]. La fu/sij [phýsis] nombra al ser y a lo ente, el lo/goj [lógos] señala lo que, sin ser ningún ente, abraza y acoge todo lo
que es.
Sin embargo, los hombres se vuelven incapaces de comprender
[a)cu/netoi (axýnetoi)[3]]
el lógos. No lo escuchan, ni antes de
ser dicho, ni después de haberlo oído. Pese a que todas las cosas acaecen según
este lógos, incluso los eruditos parecen
ignorantes[4];
tanteando, prueban representaciones para nombrarlo, pero no consiguen distinguir
su naturaleza, ni expresar cómo se da.
[1] Hegel hablaría de los rudimentos del pensar científico.
[2] En la traducción al español de “to\ o)/n, ta\ o)/nta” [tò
ón, tà ónta] por “el ente, los
entes” se pierde la relación del o)/n [ón] con el verbo ser, mientras que en griego éste es una de las formas del ei)=nai [eînai], infinitivo del verbo; esta cuestión queda señalada en
nuestra lengua optando por la traducción “lo que es” o “las cosas que son”.
[3] Literalmente: incomprendedores.
[4] Ver los dichos de Heráclito sobre Pitágoras y Jenófanes, Homero y
Hesíodo, Hecateo y Arquíloco.