3. Del uno, de la dualidad y de la tríada



Luego de haber trabajado con Lacan sobre este poema, François Cheng comenta que el diálogo los condujo al vacío. Meditaron detenidamente ciertos capítulos del Tao, en especial el poema XLII.

El Tao erige al uno (yi).
El uno diverge en la dualidad.
La dualidad hace la tríada.
La tríada estremece a los diez mil seres.

Los diez mil seres ‘vuelven la espalda a’ (fu) la sombra (ying),
y llevan en brazos la luz (yang).
La armonía brota de la discordia de los soplos (qi),
mana del soplo del vacío.

Contando con un vasto acervo cultural Lao Tse poetiza el Tao. En la tradición éste es conocido como Vacío Supremo; de él surge el uno, soplo primordial; que engendra al dos, la dualidad: Ying y Yang —soplos vitales—. Cheng comenta que Lacan se pone a pensar el tres: la tríada; cuestión que pasaron por alto los propios sinólogos. El tres suele ser identificado como Vacío Central, un soplo más que proviene del Vacío Original. La tríada se aloja en el seno de la dualidad, desde él se atraen el Ying y el Yang; sin este vacío permanecerían estáticos, en un rígido juego de oposiciones estériles e inconciliables. Lacan y Cheng llegan a pensar que la relación ternaria establecida entre Ying, el Vacío Central y Yang rige a los diez mil seres, dándoles soplo y vida; manteniéndolos reunidos en Tao. Siguiendo la seña de aquel diálogo, intentaremos trabajar conjuntamente el primer poema y el poema XLII.
El Tao del inicio (del poema) es el inaudito, el Tao sin-nombre. Yi, el uno, nombra al tao con-nombre. Pero ¿éste es una unidad?; y ¿qué es esta unidad, la suma o el conjunto de todo lo que existe, es una totalidad o una globalidad, es todo antes de diferenciarse (la nada hegeliana)? Cavilar sobre yi de esta forma implica pensar desde los caracteres de los diez mil seres, es decir, con los conceptos metafísicos de nuestra tradición. El yi, que brota de Tao, es tomado habitualmente como un relato de tipo cosmogónico; esto hace que debamos abrir otra cuestión para acceder al decir en juego: ¿Cómo podemos pensar el Tao como una cosmogonía, si aún no hemos llegado a escuchar poéticamente las nuestras? Siguiendo su propia lógica la ciencia occidental ha desechado esta modalidad discursiva; tildándola de primitiva ha clausurado la escucha.
Brevemente, debemos introducir un escrito de la tradición china, que Lacan trabaja con Cheng: Palabras sobre la pintura de Shitao, el ermitaño de las flores de ciruelo. El pintor despliega su arte en un único trazo, del que fluye la multiplicidad. Shitao propone la palabra hundun [caos] para designar el estado virtual que precede al acto de pintar; allí inserta su “pincelada única”, la que separa a yinyun, “lo indistinto, previo a ying / yang”: oscuro caos pero también hoja en blanco. El acto de la pincelada inicial separa el cielo y la tierra, del caos revela lo uno. En el capítulo VII de Palabras sobre la pintura[1] Shitao dice: “La unión del pincel y de la tinta es la de yin y yun. La fusión indistinta yinyun constituye el caos originario. Y, a no ser por la pincelada única, ¿se puede acaso desbrozar el caos original?... Realizar la unión de la tinta y el pincel es resolver la distinción entre yin y yun, y empezar a desbrozar el caos… En medio del océano de la tinta, asentar con firmeza el espíritu; en la punta del pincel, que se afirme o brote la vida; en la superficie de la pintura, hacer que obre la metamorfosis; ¡que en el corazón del caos se instale y estalle la luz!... A partir de lo uno, lo múltiple se divide; a partir de lo múltiple, lo uno se conquista, la metamorfosis de lo uno produce yin y yun —entonces llegan a ser en la obra todas las virtualidades del mundo”.
Dentro de la cosmogonía griega encontramos la figura de Caos[2]. La palabra xa/oj [Kháos] remite a un “bostezo”, a “algo que se abre”; un “orificio”, una apertura que bien podría metaforizar un vacío inicial. El sagrado Xa/oj [Kháos] es la boca por la que sale Gea, la Tierra, que luego se divide y, diferenciándose en sí misma, da a Urano, el Cielo nocturno. La oscura tierra contiene en sí todas las formas materiales factibles; y, bajo la figura de Temis, los advenimientos posibles. Urano se establece como antítesis de Gea; mientras reposa pegado a ella, la fecunda incesantemente, no dando lugar a lo que ésta concibe.
Entendido como una cosmogonía el poema se hace claro, pero la poética de Lao Tse empalidece. Perdemos pie, llegamos a pensar que yi, el uno que se manifiesta y luego diverge en la dualidad, es “origen del cielo y la tierra”, cuando según el primer poema todo surge desde el Tao primordial. Yi se ha tornado oscuro. No obstante yi es distinto de una totalidad, entendida como una unidad de tipo singular, un bloque que sí podría nombrar un conjunto de cosas. Unidor a la vez que medida; lo común, e incluso unido a todo; surgido del Tao inefable, el tao con nombre es lo unificante. Como tal alberga a los diez mil seres; en él se reúnen y disgregan, se mezclan y distinguen, armonizan y disputan.
Pensemos en el oro, que brilla y reluce a la luz del sol, cuando aún permanece retraído en el interior de la tierra. (Sólo en raras ocasiones fluye, desapercibido, por el cauce de algún río). Del hueco de la oscura mina, de la hendidura que desgarra la tierra, se extrae el oro. Luego, de la mano del hombre, organizando el cosmos, resplandece en el mundo: como corona o bastón de mando es insignia de soberanía; como lingote, resguardado, yace comandando el intercambio a modo de patrón en la circulación de la fortuna; como anillo es símbolo de la alianza o la desunión de los sexos; como medalla dispensa brillo, torna deslumbrante a la amada, que lo luce sobre el corazón, también al flamante campeón, que luego de ardua lucha lo ha merecido por sobre el resto. La corte, el mercado, el amor, los estadios… no son sino esferas del mundo, esferas que reúnen lo que acontece. En estos ámbitos todo se enciende bajo la luz de algún dios.



[1] Citado por Cheng en Vacío y plenitud, Ediciones Siruela, 2004.
[2] Cuya representación no corresponde a ‘lo indistinto’ de Shitao, noción que no dista tanto de nuestra actual idea de caos.

2. El Tao y el vacío


I         
            El tao que puede ser llamado tao no es el Tao permanente.
El nombre que puede ser evocado no es el nombre inmutable.

Sin nombre es origen del cielo y de la tierra.
Con nombre es madre de todos los seres.

Por eso, en el vacío permanente se vislumbra lo oculto.
y en el ser durable se contemplan los límites.

Ambos brotan de lo mismo, pero llevan nombres diferentes.
Juntos significan oscuridad.
Enigma y misterio, umbral de toda mudanza.

Tomemos el primer dístico. Recurrimos a diferentes traducciones para hacer evidente el juego de múltiples posibilidades, lo que nos lleva a presentir la dificultad de la traslación. La clásica versión de Wilhelm expresa: “El sentido que puede expresarse no es el Sentido eterno[1]”; en tanto que la versión de Ursula K. Le Guin, vertida al castellano por Francisco Páez de la Cadena, dice: “El camino que puedes recorrer no es el auténtico camino[2]”. Desde el inicio el poema nos confronta con una diferencia en el propio Tao. Como vemos la traslación es intrincada de por sí; pero también por el esfuerzo de traducción que este pensamiento poético exige —cuestión que debe realizarse incluso en la lengua materna—. Es necesario decir que entre las escuelas taoístas, así como entre las corrientes que se han consagrado al estudio del Tao, no hay acuerdo sobre qué es, ni con relación a qué nombra.
En principio tenemos que aguzar el oído, ser todo orejas, para escuchar la sutil advertencia que deja el poeta: lo que habitualmente revela la palabra, que para nombrar arranca del lenguaje, no es (y es) lo que expone. Esta palabra, que no se decide por azar, no agota “lo que no puede ser dicho”. Emprendamos el comentario sin olvidar que todo lo que podamos hallar en este recorrido, dentro de la singularidad de “tao”, es sólo insinuación; pues con él no es posible revelar “lo que nombra”. No obstante, en este decir poético lo no dicho guía los dichos, que pertenecen por una parte al decir y por otra a lo indecible.
El tao que puede ser expresado no es el Tao; aunque el verso enseñe que puede ser nombrado. Del Tao no es posible decir: “es esto” o “esto otro”. Sin embargo cualquier cosa podría llegar a investirlo. Expresado bajo nombres diversos, ninguno lo nombra. “Puede ser llamado”, pero no pasa a la palabra. Las sentencias que sobre él intentan los hombres no son más que opiniones, de las que siempre el Tao escapa. En el otro campo semántico, la otra vía, no encontramos una situación diferente: el tao que puede ser recorrido no es el Tao. El vasto Tao no se limita a un camino particular, encamina las diversas vías.
Un Tao “inefable[3]” habla de una relación inhabitual respecto al tiempo. Esto condujo a que muchos eruditos lo equiparen con la idea de “absoluto”: el Dios ontoteológico. El atributo “permanente”, también puede ser entendido bajo el valor de “inmutable”: un Tao que en sí mismo no cambia (aunque en los versos finales será “umbral de toda mudanza”).
Abierta la puerta a toda maravilla, Tao da lugar a otro tao. Uno que consiente ser dicho. Uno que acepta ser individualizado, definido, incluso delimitado. Uno que puede expresarse; y al que corresponde el carácter de “temporal”, y “mutable”. Uno que, contrapuesto al Tao inefable, se desliza por la boca. El verso habla del tao nombrado; señalando que constantemente se destina al decir del hombre un nombre que termina llamando a todo lo que es[4].
El segundo verso nos asiste en la escucha: “El nombre que puede ser nombrado no es el nombre inmutable”. El carácter chino ming, el “nombre” o el “nombrar”, se compone con los ideogramas: “noche” y “boca”. La boca muestra lo que extrae de la noche; la lengua china piensa el nombre como lo que surge de lo oscuro. Brotan nombres —la noche permanece oscura—, se separan de la boca, se orientan hacia las cosas, que en el camino abrasan y recortan. El trayecto nunca nombra la boca; el nombre olvida el inicio. Receptiva, la fuente, permanece a la espera.

Sin nombre es inicio del cielo y de la tierra.
Con nombre es madre de todos los seres.

El Tao sin nombre es umbral del cielo, lo espiritual, y de la tierra, lo material[5]. Para la tradición china cielo y tierra envuelven todo lo que es. En la cosmogonía, Tien [el Cielo] nombra a Shang-ti: el soberano de lo alto. En la poética de Lao Tse, Tao es anterior a este dios; el poema IV dice: “Nadie sabe de quien es hijo / parece antepasado de los dioses”.
El sabio propone un juego entre el Tao-sin-nombre y el tao-con-nombre, disponiendo para Tao un lugar más elevado que para el Cielo. Tao juega con el cielo, que desde lo alto todo ilumina, y con la oscura tierra, sobre la que se asientan los diez mil seres. Enmarcando lo abierto, Tao da lo que tao resguarda; sin embargo, se mantiene separado.
El tao con nombre brota del Tao inefable. Este tao es la madre que acoge en su seno la pluralidad de las cosas. Desde el clamor del tao el conjunto de lo que existe se presenta a la luz, en la que se distingue. El acto de tao en el mundo corresponde al juego de oposición de Ying y Yang. En el poema XXIX Lao Tse dice: “en lo que atañe a las cosas unas van primero y otras después, unas son ardientes y otras frías, unas son fuertes y otras débiles, unas son resistentes y otras frágiles”. Ying y Yang se encuentran en la tradición, conformando la mirada de este pueblo. A modo de ilustración tomemos la enseñanza del pintor poeta Wang Wei (699-759), iniciador de la pintura monocromática y fundador de la Escuela del Sur, que da cuenta de la estética china: “La cúspide de una torre se pierde en el cielo y su base debe permanecer invisible. Las cosas deben estar a la vez presentes y ausentes, sólo se ve la parte de arriba o la de abajo. De las hacinas o de los terraplenes, mostrad tan sólo una mitad; de las chozas y de los pabellones, señalad tan sólo una pared o una cornisa…”.

Por eso, en el vacío permanente se vislumbra lo oculto.
Y en el ser durable se contemplan los límites.

Los últimos versos del primer poema, versos que trabajaremos al final, nos llevan a pensar que Lao Tse habla de la diferencia de Tao en sí mismo. El Tao, vacío permanente, sólo se deja vislumbrar; inmutable, no se manifiesta: se retiene. La contraposición entre el indecible y el tao-que-se-manifiesta nombra “la nada” y “el ser”, “el no-ser” y “el ser”. El Tao, vacío, nada, no-ser, no tiene existencia en el sentido en que hay las cosas; tampoco en la duración, ‘hubo’ y ‘habrá’, es decir, en el sentido de lo que está en el tiempo. Como vacío nunca es manifestación sino fuente, pues abre el espacio y da tiempo...



[1] Tao Te King, Editorial Sirio, Barcelona, 1997.
[2] Tao Te Ching, Editorial Debate, Barcelona, 1999.
[3] Palabra que también puede ser escuchada bajo los significados de “eterno” o “permanente”.
[4] En el poema Heráclito, de Elogio de la sombra, Borges pregunta: “¿Qué río es este / por el cual corre el Ganges? / ¿Qué río es éste cuya fuente es inconcebible?”; en estos versos habla de la noche y del día, del crepúsculo y del alba.
[5] Literalmente, Occidente piensa el Tao como una cosmogonía. Concretamente, lo liga al agua de Tales o al aire de Anaxímenes, es decir, lo toma “físicamente”.