Comentario sobre “Partir” de Catherine Corsini

Lo primero en escena es el silencio. La casa oscura. La cama matrimonial.
La mujer se nos irá mostrando desde los pies. No está toda bajo las sábanas... La imagen continúa con los puños, junto al sexo femenino. Está cerrada, como las manos; lo abierto son los ojos en medio de la noche.
Veremos al hombre parcialmente, desde la mirada de la mujer. Verlo la arranca de la cama. Se aleja; quedan las ventanas. Apartados, escuchamos el disparo.

Cuando empiece el film seremos llevados seis meses atrás. Se abre una promesa: encontrar una causa... Quizás una treta en el sentido del engaño, pero también en el del “pretexto”. Seremos forzados a ver el film, a seguir la historia. Sabremos entonces algo del disparo, comprenderemos el insomnio, entenderemos la mirada -objetos que quedarán atrás mientras sea la historia.

Desde el inicio las cosas no andan. Comenzamos con el síntoma, algo no marcha en lo real.
La escena comienza con el hombre, un marido que pide que se respeten a la letra sus planes. La ligazón de éste con el dinero provoca el ingreso del obrero español. Mientras nos enteramos que la mujer, sin explicación, quiere retomar un oficio que había dejado 15 años atrás, los hijos aparecen en segundo plano. En ella hay algo abierto, un agujero que da origen a un anhelo: retomar su oficio. El marido, que cree que esa es su mujer, pretende satisfacer el deseo.

La negación precede a la imagen. La mujer es tomada por sorpresa, en una escena íntima (nuevamente por los pies) por el español. Éste, que viene a hacer lugar, a limpiar los restos acumulados en los años de matrimonio, rompe el autismo.
Frente al resquicio que deja el marido, la mujer se muestra dispuesta a todo en pos de cumplir su anhelo. En escena cambia de aspecto: no es sólo lo que parece... también puede ser una trabajadora... (o lo que haga falta...). El obrero, por su parte, no solo viene a hacer lugar, se propone como el que puede traer una luz que ya no brilla (el velador).

Lo siguiente dará pie al contraste. Trazando un claroscuro, el obrero se interesa por lo que esa mujer tiene para decir, empezando por los pies, mientras el marido solamente habla de él y de sus proyectos, o comparte instantes donde no se da ninguna apertura al otro.
En el diálogo cada uno dirá lo propio desde lo ajeno; acaso no es ella la que no tiene aliciente, la que trabaja duro para gente que ni la mira?

En el cuadro siguiente en el taller, la mujer, mientras prende la luz del velador, recibe un sobre con dinero del marido. Aquí “los pies”, el sustrato material, es reemplazado por las baldozas. La historia se cruza y se entreteje, el dinero del marido convertido en salario del obrero del que será portadora la mujer llevará a éste al hospital.
Iván, hasta ese momento el único individualizado, el único nombrado, soportará la herida en el pie y el cuidado del marido, devenido doctor en lo público. Terco, se mostrará decidido, se irá a cualquier precio, aunque no tenga el alta.
Nuevamente el rasgo del marido es el dinero, en este caso por el lado de la falta, por ahorrarlo contrató al peón ilegalmente. Frente a la decisión del español de ver a su hija, en principio por culpa, la mujer lo acompañará.

En medio de los árboles, por la irrupción de la abeja, podríamos decir que la naturaleza hace que la mujer se desnude, que se muestre. Si no estuviera marcada por la risa la escena sería intracendente, una risa cómplice que sólo encuentra su lugar como anuncio de lo que vendrá. En medio de la herida del pie y la anestecia proporcionada por el doctor, la mirada del español hace surgir la sexualidad de la mujer, las formas femeninas. Y nuevamente ella aparece desnuda.
La cena abre el diálogo íntimo, la sensibilidad de él, la historia de ella.
Ella cuenta que se fue de Inglaterra porque la pasaba mal1. Contará que, sin hablar francés, y perdida en la ciudad, encontrará en el joven Samuel a quien la rescate.
En contraposición al marido, Iván aparece fisurado, no pudiendo sostenerse por sí mismo. Casi como el reflejo de ella misma, lo que abre la posibilidad de que asome el deseo.

Luego del silencio del camino de vuelta, al terminar el partido de tenis, la mirada de ella muestra la conmoción, la soledad y la ajenidad frente al lugar en el que suponemos debía estar previamente. En la cama matrimonial se corona la escena, se refleja la desconexión: el celular en manos de él, la revista de reflexología en las de ella. Posteriormente se produce el encuentro de Suzanne con Iván.
La expresión de ella cambia notoriamente de una escena a la otra, solo vive cuando se encuentra con el amante. La ruptura se produce tras la caída de la bandeja, Suzanne le confiesa a Samuel que se ha enamorado de Iván, aquel al que hirió...
Por primera vez el marido, se muestra afectado, sale de la escena y vuelve. Por única vez se presentará sacado, agresivo, fuera de control y, luego, quebrado.
Ella habla de amor, de haberse enamorado, él se obsesiona con el adulterio. Así queda marcada la falta de complementareidad de los planteos, la falta de simetría. Ella se encuentra intentando sostener un lugar subjetivo, él intenta sostenerse en el tener.
Suzanne intenta cortar la relación con Iván, mantener el statu quo del matrimoniol, previo a su confesión. En la cena se desmorona la última posibilidad de unión. Primero la pulsera, luego el vino, pero finalmente el sólo habla de sí mismo, no se produce un diálogo, un encuentro. En la cama Samuel dirá dos frase: “eres mi mujer”, “no te muevas”.
Posteriormente ella irá al encuentro de Iván. De lo que ella es para él.
A la vuelta se encuentra con la familia, pero ya no soporta la escena. El marido la sorprende hablando con Iván, le dice: “no te irás”, y luego la encierra. Ella sale por la ventana...
Cuando vuelva con Iván susurra: -no puedo vivir sin ti.

Al volver a la casa para irse, se topa con el marido. Entremedio de la violencia, impotente, Samuel grita: “eres mi mujer”, “no puedes estropearlo todo”, “no te irás”... “no eres nadie sin mí”.
¿Qué pretende él? ¿Qué quiere ella?

La escena posterior muestra a Suzanne y a Iván en medio de la naturaleza, aquí la casa abandonada es una promesa de felicidad. La arena, el mar, serán signos de lo mismo: en medio de la naturaleza ese amor es posible.
Los problemas vendrán con la cuidad. La naturaleza, lo ilimitado, es el signo de Suzanne, la ciudad es el ámbito de Samuel -su territorio-. Terreno que se volverá inhóspito para la mujer y el amante. En medio de un cruce de lenguas, no el inglés y el francés -la lengua del matrimonio-, sino el inglés y el catalán, un idioma que permanece por fuera del mundo político, Iván pondrá en palabras lo que vendrá, que junto a ella “pierde el mundo de vista”.

Luego, será la ciudad. El trabajo que Suzanne no podrá mantener, las puertas que se cierran. El banco, el trabajo de Iván... Aquello, ¿solo fueron vacaciones? ¿Un tiempo extra-ordinario?
Desde el cinismo Samuel, el médico, intentará encontrar el remedio para que su mujer vuelva:, le cerrará todos los caminos. La esperanza de ella será el divorcio, la carta de los hijos, lo que le corresponde. El rechazo de la hija, continúa el discurso del padre, mientras el hijo, David, será llevado al extremo en su apoyo (a escondidas) hacia la madre... hasta la miseria, hasta verla vendiendo las joyas por unos pocos billetes.
La desesperación toma la escena, y preanuncia el desenlace... Ella irrumpiendo en la casa y tratando de arrancarle algo al marido, lo suyo... primero será la billetera, luego las paredes de la casa... En medio de ambas escenas la mujer y el amante quedarán reducidos a la fábrica y al campo, donde apenas llegan a subsistir. Iván se quiebra.

Intentando recuperar lo que considera propio, Suzanne queda dentro del terreno de Samuel; por no dar lugar a la pérdida, no accede al campo del deseo.
Llevados al límite en el terreno del marido, la carcel para Iván y la casa para Suzanne, se avisoran como el destino..., en escenas simétricas la policía detiene al amante, el marido va en busca de su mujer...

Para recuperarla, Samuel se ha convertido en estafador. Eso en que cree que provoca el deseo en Suzanne. La que yace, “sin vida”, en la cama matrimonial. Desde su lógica, Samuel le aplica un sedante, un anestésico. El remedio simboliza la vida anestesiada que llevaba el matrimonio, la mesa familiar el intento de retorno al estado anterior.
Posteriormente, cada uno de los cónyuges consumará su acto... uno en la sexualidad, el otro en la muerte. El abrazo del final sellará el desencuentro.-

Charla Dictada en el Hospital Ameghino el 13/10/2010