II. Sobre el Lógos de Heráclito

Antes de comenzar la tarea es preciso efectuar una indicación. Si bien los trazos de traducción no están dominados por un deseo de literalidad, marcan una decisión; que sólo puede mostrar una faz, mientras sustrae las otras posibilidades en danza. Dentro de estos bosquejos irán asomando pasajes donde nos detendremos a explayar algunas palabras; al extenderlas, proliferarán las menciones y se propagarán los sentidos —aquello que la traslación encubre—. La traducción conlleva un cierre, y una pérdida; la explanación proyecta provocar un movimiento de apertura. “Explayar” también es “recrear”, en una tentativa, rudimentaria por cierto, de traer desde atrás atisbos del campo de audición que las sentencias suscitaron en el hablante griego de la época arcaica, y del siglo V. (Sin embargo es preciso insistir en que apreciar las palabras del pensador desde el genio de la lengua materna no les aseguró escuchar el decir puesto en juego por las mismas, pues aún era necesario hacer otra traducción.)
La gramática griega se convierte en la base de la lingüística moderna, la que se desarrolla bajo el dominio de la lógica (ratio); la lingüística piensa el lenguaje a partir de la doctrina del decir aseverativo. Un decir que, regido por el principio de no contradicción, se extiende desde las categorías hasta los juicios. La disciplina científica misma se inscribe dentro de un supuesto incuestionable, que viene rigiendo Occidente desde hace siglos; fundamento que encuentra su razón tomando la veritas (verdad) como adaequatio (adecuación) de las cosas, correlación que determina lo verdadero y lo falso. La adaequatio no se dispone a nivel de la palabra particular, sino en el plano del enunciado; con esto la proposición pasa a ser el terreno de la veritas.
La filosofía del lenguaje presupone que las proposiciones se conforman con palabras que designan conceptos; términos usados por los hombres para comunicarse, y para clasificar a los entes. El enunciado es uno de los modos del le/gein [légein][1], Aristóteles dice: le/gein ti kata/ tinoj [légein ti katá tinos], “decir algo sobre algo”. El enunciado es un juicio que informa a otros un estado de cosas; si la información es correcta la proposición es verdadera —adecuada—. En la estructura de la oración distinguimos sujeto, predicado y cópula; la veritas consiste en que el predicado correctus, y bien dispuesto, se ajuste al sujeto. De esta forma la veritas, como adaequatio a la cosa, halla su sitio en la proposición.
Para la filología el concepto representa lo generalizable de la palabra, el “universal” es considerado el significado fundamental; de esta significación primordial se desprenden las particularizaciones, derivaciones estimadas como desviaciones de lo básico. Esta ciencia pretende rastrear los significados fundamentales de las palabras y de las raíces. Tal concepción del lenguaje conduce a pensar que los vocablos poseen un contenido originario, que se pierde y se distorsiona en el transcurso del proceso lingüístico; de esta forma hallamos la “idea” de la preexistencia de un puro significado fundamental, que luego se ramifican en otros sentidos, secundarios, terciarios, etc.
Mientras el lingüista rastrea la diacronía de las palabras desde el momento en que surgen a la lengua, y el filósofo persigue la palabra justa que explique el concepto, el poeta juega con aquello que lo atraviesa, eso en lo que está jugado (pero, esto no es científico…). El psicoanálisis nos enseña que en el ámbito del lenguaje no se trata de un “significado fundamental”, sino de la índole diferencial del significante: ser lo que los otros no son. Esta esencia diferencial de la lengua inspira a la palabra desde el comienzo, desde la raíz hasta las múltiples derivaciones, manteniéndose oculta a lo largo del tiempo; aunque actúa de manera velada en los diversos modos de decir que ésta presenta, lo inicial sólo se muestra por último. En una dimensión poética, naturaleza profunda del lenguaje, la voz abre la diferencia de una singularidad múltiple, en la que deja oír al hombre su polifonía.
Aún cabe agregar que en esta tarea intentaremos prescindir de la hermenéutica metafísica que ha aplanado el discurso de Heráclito; de las representaciones correspondientes a la física, la moderna y la antigua, así como del recurso que ha facilitado la astronomía; de la misma manera procederemos con las concepciones provenientes de la religión. Tales interpretaciones suelen desplazar el temprano decir de este pensador inicial a regiones de la razón conectada con opiniones doctrinales posteriores, tomadas en cada caso por sus cuestionamientos. Sólo el intento de estar a la escucha de lo que dice la palabra del lo/goj [lógos] guiará nuestro camino; no obstante, debemos dejar constancia que todo posible diálogo implica oír desde el mundo en que se habita.




[1] Infinitivo del verbo griego le/gw [légo].