Fuegos artificiales II

No basta dar su Agathón a cada Alcibíades de servicio
para poder ser tres con el Sócrates en función.
François Perrier

Tras la fundación de la Escuela Freudiana de París, pero con anterioridad a la propuesta del pase, se conforma el Directorio de la Escuela; con el cometido de, sin copiar lo existente en las sociedades ipeístas, concretar las propuestas planteadas en los estatutos. Prontamente, entre los viejos clínicos y los jóvenes revolucionarios, se produce el intento de coordinar la formación de los analistas por medio de un colegio de AEs, así como el de subvertir un Estado —durante el mayo francés—. Entretanto, en la Escuela de Lacan se acrecienta el malestar. Abierto el debate por los procedimientos referentes al nombramiento de los analistas, y no sin desavenencias entre los miembros, en octubre de 1967 Lacan irrumpe con la propuesta del pase. Sin embargo, debido al revuelo que ésta provoca, no es instrumentada inmediatamente.
La formación y la nominación de los psicoanalistas se encontrarán en el centro del debate con la IPA. En lugar de la titularización que rige en las sociedades e institutos afiliados a la internacional, Lacan propone para la escuela la circulación alrededor del pase. En el año 1969, en Asamblea General, es aprobada la propuesta, y con ella la puesta en marcha del Dispositivo.
La institucionalización del pase provoca una escisión en la École freudienne de Paris: el desprendimiento del Quatrième groupe; conformado por algunos de los discípulos más antiguos del maestro —como dirá más tarde, aquellos “cuyo sostén y fidelidad estimaba”—: Perrier, Valebrega, Aulagnier y Moreigne. Los disidentes dimiten sin desacuerdos teóricos, ni siquiera en lo referente al pase, pero ‘prevenidos’ (Lacan habla de una “huída alocada”), frente a la posibilidad de que la puesta en escena del Dispositivo, tomado a la letra, convierta a la escuela en el escenario de un teatro de la crueldad.
En la Escuela de Lacan surgen nuevas siglas, tendientes a marcar una diferencia con la ortodoxia freudiana, para dar cuenta de la posición del analista con respecto a la formación: A.E., A.M.E. y A.P.; A.E. designa a los analistas de la Escuela, A.M.E. a los analistas miembros de la Escuela y A.P. a los analistas practicantes. En comienzo los cargos fueron repartidos teniendo en cuenta el lugar alcanzado previamente en la disuelta sociedad francesa; los A.E. representaban a los antiguos analistas formados, los titulares y didactas de las sociedades ipeístas. Los A.P. a los candidatos que inician su práctica; y los A.M.E. a los analistas que ocupaban un espacio entre ambos.
Con respecto a los analistas miembros de la Escuela: A.M.E., deberíamos pensar qué cuestión conlleva la pérdida de esa ‘M’, en el momento del pasaje al lugar de A.E.: se verán llevados a entregar el alma. El “¡Ame!”, aún inscripto en ellos, hace honor al imperativo que los habita; imperativo que hubiera debido cambiar de tenor: pasar a declinar un pasado “amé…”; pero que muchas veces se conserva, aunque reprimiendo la “M” —signo de un Miembro fantaseado, velo a una relación imposible—. Cuanto más amor, y deseo de ser amado, habita en el AME, más apasionadamente se enrola en el procedimiento del pase, es decir, más riesgos corre. En buena medida, fueron los psicoanalizantes de Lacan los que “decididamente” concedieron su testimonio, como prueba [¿de amor?]. Sin embargo, muchos de los analistas que se ofrecen al dispositivo, más que autorizarse por sí mismos, y con algunos otros, se autorizan a sí mismos parafraseando el enunciado del maestro.
En tanto, con respecto a los Analistas de la Escuela, A.E., habría que dilucidar de qué genitivo se trata. El jurado designado, más atento a saciar la “pulsión de saber”, se entrega exaltada y curiosamente a la exploración de los testimonios. No obstante, la pregunta que prima en esta tarea es guiada por la pasión neurótica: “cómo termina un análisis”; quedando afuera de tal averiguación la interrogación “qué es el psicoanálisis”, o “qué es un psicoanalista”.

Fuegos artificiales

Si mis alumnos supieran adónde los llevo, se aterrorizarían…
Jacques Lacan


Entremos en tema con un párrafo de Hölderlin: “Aquel, como tú, cuya alma ha sido dañada, ya no puede encontrar reposo en la alegría particular; el que, como tú, ha sentido la insipidez de la nada, sólo se templa en el espíritu más alto; el que ha tenido la experiencia de la muerte, como tú, sólo se repone entre los dioses”.

En un momento de zozobra de Carl Jung, Freud escribe: “Ser calumniado y quemarnos a causa del amor con el que operamos: he aquí los riesgos de nuestro oficio, pero no por ellos renunciamos auténticamente al mismo”. En la misma carta, del 9 de marzo de 1909, cita irónicamente un verso del Fausto de Goethe: “¿Estás con el diablo y pretendes asustarte de la llama?”. Pero Jung, cual Prometeo hermanado a la roca, permanece fijado a otro verso del mismo poeta, al que hace mención Roberto Arlt en Aguafuertes porteñas: “Tú que me has metido en tu dédalo, tú me sacarás de él…”. Por su parte, Freud había revelado a su discípulo: “Ya sé que, una vez superados los primeros éxitos, a todo aquel que trabaja en psicoanálisis le sobreviene una época amargamente mala en la que maldice del mismo y de sus creadores. Pero luego la cosa se aplaca y se llega a un “modus vivendi”. ¡He aquí la realidad! ‘C’est la guerre’”.

Antes de continuar con las dulzuras del hogar recordemos brevemente el suicidio de Honegger, alumno del discípulo. El 9 de junio de 1910 Freud advierte a Jung: “Encuentro que es usted tajante con la exigencia de que sus condiciones de trabajo han de ser tan independientes de la libido como las de usted; por su origen pertenece a una generación posterior, ha tenido aún poco del amor y en general es blando. No sería en absoluto de desear que fuese una copia suya. Puede usted tomarlo tal como es. Posee una fina receptividad, olfato psicológico y una buena intuición para el ‘lenguaje básico’. Su entrega a usted parece ser extraordinaria y su valía personal se ve más incrementada aún por la situación actual, en la cual tiene que soportar la hostilidad en el campo de Zurich. ¿Por qué no quiere usted por tanto utilizarlo tal como es e instruirlo sobre la base de su propio modo de ser, en vez de moldearlo según un ideal que le es ajeno?”.

Poco después, el 2 de abril de 1911, luego que Jung acuse el golpe, cuando, tras la inyección letal lo acompañen los manes de Honegger, Freud dice: “Me llama la atención que, en realidad, consumimos muchas personas...”. Valgan estas palabras de Freud de advertencia para los incautos, de despabilo para los dormidos y de provocación para los cándidos.