ou)k e)mou= a)lla\ tou= lo/gou
a)kou/santaj o(mologei=n sofo/n e)stin e(\n pa/nta
ei)=nai. (22
B 50 DK)
Tras escuchar no a
mí sino al lógos, es sabio decir en concordancia que todo es uno.
Aquí es interesante destacar el orden semántico —más libre
en griego que en castellano— de esta sentencia. El orden dispuesto por
Heráclito acentúa el no
a mí sino al lógos [ou)k e)mou= a)lla\ tou= lo/gou]. Pero, qué: Habiendo escuchado [a)kou/santaj (akoúsantas)]; destacando la anterioridad
de este “haber escuchado al lógos”.
El verbo a)kou/w [akoúo (oír)], etimológicamente es “parar la oreja”, “aplicar el oído para
oír”, podríamos decir: ser todo orejas;
o “dar oídos”: escuchar. El verbo alcanza
las acepciones de “prestar atención”, “conocer”, “enterarse”, “entender”; incluso
“obedecer”. El comprender de la sentencia
no cae en un mero saber, sino que es prenderse fuego con el lógos.
El verbo o(mologe/w [homologéo] —quizás un
neologismo del griego— en voz pasiva significa “ser homólogos”; la voz activa asocia
los sentidos de “estar de acuerdo con” y decir
la misma cosa que; hablar de ‘acuerdo con’, ‘decir conjuntamente’; de allí es
“corresponder”, “converger”. Derivando en “convenir”, “reconocer”, “confesar”. En
el o(mologei=n [homologeîn] de Heráclito resuenan
el acorde de la música y el unísono de la voz.
Aunque el decir del hombre corresponda al lógos no es
más que un mero decir. La sentencia habla de “haber escuchado” [a)kou/santaj (akoúsantas)], para luego entrometer el o(mologei=n [homologeîn]: “decir lo mismo”; sólo después
de haber escuchado puede surgir un decir. Entre uno y otro el sabio injerta el sofo/j [sophós].
Rápidamente pensamos en el saber; recordemos que Platón unió
el sophós con el phílos del amor y de la búsqueda, dando origen al filo/sofoj [philósofhos (filósofo)], al amante de la
sabiduría, el deseoso de saber. No obstante, el sofo/j [sophós] griego inauguralmente se asocia con el arte, habla de ser
hábil, diestro; se trata del que sabe o domina un quehacer, el que “sabe hacer
lo suyo”. Sofo/j [sophós] señala a quien está
esclarecido en su oficio. Entre los griegos se aplicaba para nombrar a los
artistas y a los artesanos, a los jinetes y a los marineros; Píndaro lo destina
a los poetas y a los músicos. Sófocles era llamado Sophós. Este arcaico sofo/n [sofhón] es el que Heráclito
coloca entre a)kou/w [akoúo] y o(mologei=n [homologeín]. Se trata del arte, reservado
desde antiguo a los poetas, de decir lo sagrado. Luego sophós pasa a designar la inteligencia en cuestiones prácticas: “ser
sagaz”, “perspicaz”, “lúcido”, “despierto”. De allí resulta “ser astuto”, “vivo”,
“ingenioso”; “virtuoso”, “prudente”. Llegando a calificar al instruido, a aquel
que sabe por instrucción.
No [es] a mí [ou)k
e)mou= (ouk emoû)]
—dice Heráclito— a quien debéis oír; ni al que habla [o( le/gwn (ho légon)], ni a lo que se oye de sus palabras. Tampoco al
significado, ni al sonido, ni al estilo. Sino a lo Otro: al lógos [a)lla\ tou= lo/gou (allà toû lógou)]. Pero, cuando corresponde [o(mologei=n (homologeîn)] al lógos, qué revela el decir de los mortales: Todas las cosas son uno [e(\n pa/nta (hèn
pánta)].
Desde el lógos, los
pequeños todos salen al encuentro del hombre. Heráclito pone el acento en el
hombre, a la vez que propone borrarlo para dar lugar a lo común. Si se escucha
al hombre que habla, cualquiera que tome la palabra, se prestan oídos a una
“inteligencia particular”, al mundo o al sueño de un sujeto, pero no se escucha
a lo único sabio: o( kerauno/j [ho keraunós (el rayo)].
[o( (Hra/kleito/j fhsi] toi=j e)grhgoro/sin e(/na
kai\ koino\n ko/smon ei)=nai, tw=n de\ koimwme/nwn e(/kaston ei)j i)/dion
a)postre/fesJai. (22 B 89 DK)
[Heráclito dice que]
para los despiertos hay un cosmos único y común, pero de los que duermen [afirma
que] cada uno se vuelve hacia [un mundo] propio.
El verbo a)postre/fw [apostréfho][1] agrupa las significaciones de volverse,
“emprender la fuga”, “escaparse”, “apartarse”; “rechazar”. Este “volverse” expresa
que los dormidos dan la espalda a lo común; rechazo que a la vez los deja separados,
inclinados hacia un mundo propio, “privado”.
Luego del inicio, los filósofos congelaron el devenir de
este río de fuego. Intentando comprender lo que el sabio nos legó, desde las
sentencias se elevaron a un orden regido por leyes cósmico-universales. Pero Heráclito
no necesitó ir al cosmos para descubrir su lógos,
lo escuchó en la naturaleza del hombre. Tal como en el espacio sagrado deja sus
escritos, en el lo/goj [lógos] sitúa la esencia de
los mortales. Pues aquí, en el fuego del hogar, también hay dioses…
En Radiofonía y
televisión[2]
Lacan dice: “Mi experiencia no toca al ser sino para hacerlo nacer de la falla
que produce el ente de decirse. […] Es así que el inconsciente se articula de
lo que del ser viene al decir”. En el mismo sentido que Heráclito, Lacan inscribe
la Spaltung freudiana sobre un vacío, donde el
sujeto se articula con el lo/goj [lógos].
Por último tomemos un comentario de Aristóteles, quien en De mundo recuerda:
pa=n ga\r e(rpeto\n plhg$=
ne/metai, w(/j fhsin (Hra/kleitoj. (22 B 11 DK)
Todo ser viviente es
llevado a pastar con un chasquido, como dice Heráclito.
Todo animal, “lo que camina”, es conducido por el pastor
con el golpe del látigo [plhgh/ (plegé)]. Pero lo que gobierna
la marcha no es la violencia del azote sobre la carne del viviente, sino el
chasquido en el aire: el estruendo que descarga —al estilo del trueno—. El
hombre, un ser vivo entre otros, aspirado por los efectos del “eso habla” [ça parle], arrebatado por el fuego del
lenguaje, deviene en llama.