Fuegos artificiales III

A mi alegre barquero le hubiera gustado hablar conmigo,
pero yo me expresaba con monosílabos.
Hölderlin

Por la misma época en que se implementa el Dispositivo del pase en la Escuela Freudiana de París, más allá de los cuatro discursos, Lacan se inquieta con ese duro hueso que plantea la transmisión. Ligando la publicación a la basura: poubellication, intenta agujerear el saber y el decir —en esto se mantendrá su desasosiego, hasta el final.
Durante cuatro años, junto al sinólogo Françoise Cheng, trabaja sobre el Tao de Lao-Tse, la pintura de Shitao y la escritura ideográfica; hasta que, en 1973, Cheng desiste de la labor para componer un libro sobre La escritura poética china. Entonces, desesperado, Lacan le pregunta: “—Pero ¿qué va a ser de mí?”.
Los psicoanalistas retoman aquella conversación desde la inquietud por la “Escritura china”; pero, colgados de los ideogramas, pierden la poética de esa aventura. La poesía en sí misma, sin necesidad del soporte material que le brinda una escritura pictórica, participa de un decir por medio de señas, o de imágenes poéticas. Un decir enigmático que, desde la época de los griegos, permanece ligado a lo femenino y a lo oscuro.
Entre el dicho y la mostración, en busca de una escritura que convenga a la transmisión, Lacan pasa sus últimos años de vida anudando lalengua con el matema. A partir de 1974, junto a Pierre Soury y Michel Thomé, se entrega frenéticamente, en un trabajo de combinación de cadenas, nudos y superficies, a una geometría de la distorsión y del aplanamiento de pequeños objetos topológicos.

En 1975, entre el corte y el aflojamiento, los diagramas y las fronteras, inicia su reflexión sobre Joyce y el sinthome. Tras de sí, como restos de una pesquisa, deja tirados algún que otro lazo —nudo gordiano por donde arroja sus vástagos—, sendas imágenes topológicas, y una formalización lógica consumada con fórmulas y matemas.