Heráclito y el presentimiento del psicoanálisis

Por otro camino que el tomado por la filosofía occidental, uno vecino a la experiencia de Freud, descubrimos un breve y enigmático fragmento de Heráclito, que suele ser pasado por alto:

e)dizhsa/mhn e)mewuto/n. (22 B 101 DK)
Me investigué a mí mismo.

El verbo di/zhmai [dízemai] de la sentencia, que se encuentra en un tiempo histórico[1], hace referencia a algo que aconteció en el pasado pero tiene consecuencias en el presente. Dízemai es “buscar”, “tratar de hallar”, “querer saber”. Kirk y Raven traducen “anduve buscando”[2]; a esto se agrega un me por referirse a “sí mismo” [e)mewuto/n (emeoutón)]. Este buscar inicial adquiere el sentido de “procurar”, “tratar de conseguir u obtener”. Luego el verbo deriva en “tratar de entender”; “preguntar” e “indagar”. Eggers Lan traduce “me investigué”[3], en tanto Mondolfo opta por “me he investigado”[4].
El fragmento alude a un sujeto que emprende una acción; acción de la cual él mismo resulta ser objeto. En este sentido es interesante destacar que dízemai se encuentra en conexión —controvertida para la filología— con el verbo di/emai [díemai], un verbo que se refiere al momento de la caza. Díemai nombra “el acto de cazar por parte del perseguidor” pero también “el escapar de la presa”, incluso su “espanto”. Señala tanto la acción de “lanzarse sobre” como la de “hacer correr”, es decir, es perseguir y es huir.
El comentario que efectuaron los contemporáneos del sabio con respecto a esta pequeña sentencia no pasa de lo anecdótico, y podría resumirse en la aseveración que divulga Diógenes Laercio: “Heráclito no tuvo maestros”[5]. Cabe señalar que la anécdota cumple la función de resguardar la verdad; la guarda, al tiempo que la mantiene velada. Más allá de las múltiples implicancias que tiene, en este caso entre los griegos, afirmar que “de nadie fue discípulo, sino que él mismo, decía, se había investigado a sí mismo, y todo lo había aprendido por sí mismo[6]”, debemos subrayar que la exégesis coloca el acento en el decir de este pensador inicial, pues manifiesta que ‘lo que dijo lo aprendió solo’, o en todo caso por sí mismo.
No obstante, como se desprende de los fragmentos de Heráclito, su comprensión de la enseñanza y del aprendizaje es más rica y compleja que la que aquí se expone. Veamos cómo otra sentencia eclipsa este comentario; en el fragmento 17 dice:

ou) ga\r frone/ousi toiau=ta polloi/, o(ko/soi e)gkupe/ousin, ou)de\ maJo/ntej
ginw/skousin, e(wutoi=si de\ doke/ousi. (22 B 17 DK)
La mayoría no comprende cosas tales como aquellas con que se encuentran, ni las conocen aunque se las hayan enseñado, sino que creen haberlas entendido por sí mismos.

En esta sentencia el “entender por sí mismo” no es presentado por el sabio como ningún bien. Tampoco hace diferencia respecto al conocimiento adquirido mediante la enseñanza de un maestro o a través de las cosas mismas; a decir verdad, en ambos casos deja entrever que la comprensión se da sólo si se alcanza a hacer una experiencia de eso.
Llegados a este punto podemos retomar la ficción biográfica de Diógenes[7], para confrontarla con la sentencia. En este caso nos encontramos frente a una sentencia en cierto sentido excepcional, pues en ella Heráclito, hablando en primera persona, parece hacer referencia a su vida —no encontramos ninguna otra referencia así—. Literalmente dice: “Me investigué a mí mismo”. Habíamos trabajado la interpretación hasta reconstruir un enunciado cercano a la frase: “Heráclito aprendió por sí mismo”. La correspondencia lingüística parece adecuada, pero el pensamiento que la expresión acarrea resulta tergiversado. Si especulamos con que los fragmentos hablan de lo único que hay que pensar: el lógos, el tema es dilucidar cómo lo hace cada uno de ellos. En relación con esta sentencia nuestra propuesta es que indica otra cosa que lo trasmitido por la tradición, que ‘Heráclito aprendió de sí mismo’ —lo que no es lo mismo—. Pero, ¿qué diferencia marca esto?, y ¿adónde nos conduce?
Primero intentemos ubicar la sentencia 101. Tras el verbo di/zhmai [dízemai] resuena la máxima délfica: Gnw=Ji sauto/n [Gnôthi sautón], conócete a ti mismo[8]; campo de audición de los griegos, y lugar de diálogo del pensador con su propio tiempo. El proverbio, inscripto en el frontispicio del templo de Apolo en Delfos (ombligo del mundo en aquella época), recordaba a los hombres su ser mortal; trazando los límites, los proyectaba hacia el abismo que los separaba de sus dioses. La seña del arquero los arrojaba a apropiarse de la propia mortalidad. Sin negar, ni obviar, esta cuestión podemos pensar que Heráclito hace decir a la máxima aún algo más. El sabio acoge el enigma del oráculo y lo responde; de tal manera une su decir a lo divino, pone su lógos bajo los signos del dios.
Si nos concentramos en la concordancia de la sentencia con el imperativo, damos con otro fragmento: el 93, donde Heráclito se demora en Loxias[9].

o( a)/nac, ou)= to\ mantei=o/n e)sti to\ e)n Delfoi=j, ou)/te le/gei ou)/te kru/ptei a)lla shmai/nei. (22 B 93 DK)
El señor, cuyo oráculo está en Delfos, ni dice ni oculta sino que señala.

Un dios no dice [le/gei (légei)] ni oculta [kru/ptei (krýptei)], da signos: señala [shmai/nei (semaínei)]. En estas palabras Heráclito reúne su pensamiento. Si en el decir [le/gein (légein)] se desoculta el lógos, en el ocultar [kru/ptein (krýptein)] se resguarda la Fu/sij [Phýsis].
El sabio lanza su enigma: el dios sólo hace señas... A los mortales les toca seguir los signos del dios. Indicios que llevan a decidir; cifras que abren el riesgo de ser guiados camino a la perdición [hamartía], o conducidos por celestes aurigas a la verdad [a)lh/Jeia (alétheia)].
¿Qué signos da aquel dios? — Gnw=Ji sauto/n [Gnôthi sautón]: “Conócete a ti mismo”.
¿Qué dice el sabio? —  )Edizhsa/mhn e)mewuto/n [Edizesámen emeoutón]: “Me investigué a mí mismo”.
Este investigarse a sí mismo no tiene el carácter de una mirada introspectiva; no se trata del ego cartesiano; ni del inconsciente, menos aún de éste pensado como sustancia o sustrato de la persona. Sin embargo, en ello se da el inconsciente[10]. El sabio no indica algo que está adentro, tampoco nada externo; señala lo que atraviesa todo. Pues, si aquel hombre indagó en sí mismo, eso lo llevó al abismo.




[1] Aoristo.
[2] Los filósofos presocráticos, Historia crítica con selección de textos, G. S. Kirk, J. E. Raven y M. Schofield, Editorial Gredos, Madrid, 1987.
[3] Los filósofos presocráticos, Vol. I, Editorial Gredos, Madrid, 1994.
[4] Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, Siglo XXI editores, México, 1989.
[5] Vidas de los filósofos ilustres, IX, 5. También ver Suida (número 472 Adler). 
[6] Ver en Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, Siglo XXI editores, México, 1989, la traducción del testimonio de Diógenes Laercio, IX, 5.
[7] Sin detenernos a aclarar la función de la biografía en el mundo antiguo, es preciso señalar que los testimonios sobre Heráclito son recogidos a partir de comentarios de terceros, muchas veces referidos a los dichos del pensador.
[8] Aquí se extravía Edipo. El que supo resolver el enigma de la esfinge, cuya respuesta es “el hombre”, pero no sabrá, hasta el final de su tragedia, quién es él mismo.
[9] Ver La sapienza greca III. Eraclito, Giorgo Colli, Adelphi Edizioni, Milano, 1996. 
[10] Freud también podría haber dicho “me investigué a mí mismo”; si bien la experiencia fue con Fliess. El asunto es pensar en qué sentido, ya que siempre es fácil errar el tiro... Esa experiencia le permitió surcar la pregunta “¿quién soy?”; trasladándolo de la Roma de sus sueños a una Acrópolis que lo trastorna.