A los hombres les pasan inadvertidas las cosas que realizan
cuando están despiertos, así como olvidan los sueños. Si bien el lógos es con lo que chocan a diario, se
les presenta como insólito[1].
No saben escuchar ni hablar[2].
Al no abrirse a lo común, se apartan
de él; desviándose.
dio\ dei= e(/pesJai t%= ! tou= lo/gou d' e)o/ntoj
cunou= zw/ousin oi( polloi\ w(j i)di/an e)/xontej fro/nhsin. (22 B 2 DK)
Por ello es preciso
seguir a lo común; pero aunque el lógos es común, la mayoría vive como
si tuviera una inteligencia particular.
Frente
a la palabra ausente en este fragmento, la tradición coloca el koino/j [koinós] del texto de Sexto Empírico; la filología, en cambio, propone
el arcaico cuno/j [xynós][3]. Producto de una
concurrencia lingüística, koino/j [koinós]
cubre el significado de cuno/j [xynós];
estas voces reúnen el sentido de “común”, “general” y “público”. Opuesto a i)/dioj [ídios], koino/j [koinós] designa lo común; “El Estado”, “el derecho común
de los ciudadanos”, “el tesoro de la ciudad” y “la moneda” se encuentran dentro
de la esfera de este vocablo. Y, desde la incidencia interpretativa de los
primeros filósofos, Platón y Aristóteles[4],
koino/j [koinós] se eleva a un planteo ontológico, llegando a designar lo
“universal”.
Inicialmente el verbo e(/pomai [hépomai] es “estar o venir después de”, a partir de allí significa seguir; puede designar un ‘seguir como
asistente o ayudante’, es entonces “escoltar”, “asistir”; no obstante, en
sentido hostil se convierte en “perseguir”. Seguir es “ir detrás de”, “ir con”,
“ir al paso de”; “acompañar”; el verbo adquiere el matiz de “obedecer” o “someterse
a”. En sentido figurado es “seguir con el pensamiento”, Platón lo toma como “comprender”.
En e(/pomai [hépomai] se trata de seguir la huella de…, “estar cerca”, “aproximarse”.
Píndaro, en la Olímpica II 22, lo vuelca
en el verso expresando un “estar de acuerdo con”, en el sentido de “estar en
armonía con”; de allí que también sea “convenir con”.
Aquello que, abriendo camino, marcha a la cabeza da la
espalda al hombre. En este “ir al paso de” no es un sujeto quien decide la vía;
el sujeto sólo puede entregarse a lo abriente. En el “mantener el paso de”
resuena lo que acontece, marcando el ritmo. Para no extraviarse, ni quedar
rezagado, es preciso que el hombre marche detrás de esto, pero sin perderlo de
vista. También es preciso que el seguir no se hunda en un mero perseguir,
convirtiéndose en un “cazar” o en un “acosar”. Despojado del deseo de adelantarse,
de “sobrepasar” —otra de las formas de perder de vista lo que hay que seguir—,
el “someterse” se convierte en corresponder.
Heráclito dice que los hombres divergen de lo que continuamente está junto a
ellos, eso en lo cual se congregan.
En sentido posesivo i)/dioj [ídios]
se refiere a lo “propio”, ‘lo que es de uno solo’, es decir, “privado”; con
valencia personal, designa lo “particular”. Desde Homero aparece como opuesto a
lo público, que hace referencia al démos. Este ídios se relaciona con nuestra palabra “idiota” —así designaban los
griegos a los que permanecían al margen de la pólis, ídios era esgrimido
como oposición a hombre público: ciudadano; también era empleado con el valor
de “ignorante” o “no experimentado”—. Heráclito señala que ‘la mayoría de los
hombres’, en otros fragmentos dice “los que duermen”, quedan apartados de lo común; vueltos hacia sí mismos, hacia
su mundo propio.