Sobre las Upanishads

Ahora quisiera extraer un relato del Brihadâranyaka Upanishad (s. VIII a.C.) de la antigua India[1]. Un relato que, en sus metáforas, podría conducirnos a escuchar las resonancias de un inicio. Trabajaremos la leyenda contando con el auxilio de la traducción que realiza del sánscrito al castellano el profesor Fernando Tola[2]. El relato mítico se encuentra en el comienzo del texto, en el segundo Brahmana de la primera lección:

  1. En el principio no había nada aquí. Esto estaba envuelto por Mirtyu la Muerte, por el hambre, ya que el hambre es Mirtyu. Pensó: “Esté provisto de un cuerpo (âtmanvin[3])”. Se puso en movimiento rindiendo homenaje (archan). Mientras rendía homenaje nacieron las aguas. Se dijo: “Mientras rendía homenaje, se produjo el agua (ka[4])”. Esta es la esencia (arkatva) del agua (arka[5]). La felicidad (ka) se produce para aquel que conoce que así es la esencia del agua.
  2. Las aguas son arka. La espuma de las aguas se hizo sólida y se convirtió en tierra. Sobre la tierra Mirtyu se mortificó (ashrâmyat[6]); y el calor (tejas[7]) de su esfuerzo se convirtió en fuego (Agni).
  3. Se dividió a sí mismo (âtman) en tres: [siendo él mismo el primer tercio] Aditya, el sol, el segundo tercio y el tercero Vayu —el aire—. Es el espíritu (prâna) dividido en tres. La región del oriente es su cabeza[8]; y esta y aquella sus brazos; el occidente es su cola, y esta y aquella sus piernas. El sur y el norte son sus costados; la atmósfera su vientre, ésta (la tierra) su pecho. Está firmemente establecido en las aguas. Aquel que sabe que así es, donde quiera que vaya, permanece firme.
  4. Deseó: “Nazca para mí un segundo cuerpo (âtman)”. Mediante el espíritu Mirtyu, el hambre, se unió a la voz. Lo que fue la simiente se convirtió en el año. Hasta entonces, en efecto, no existía el año. Lo llevó en sí [gestándolo] justo el tiempo que dura. Al cabo de ese tiempo lo dio a luz[9]. Apenas nacido, Mirtyu abrió su boca para devorarlo. La criatura gritó: —bhan. Aquello fue la voz.
  5. Consideró: “Si le hago daño, comeré poca comida”. Con aquella voz, con aquel âtman[10], él emitió todo esto, cuanto existe: las estrofas (rich[11]), las fórmulas rituales (yajus), las melodías (sâma), los versos, los sacrificios, los hombres, los animales. Él se ponía a comer todo lo que iba emitiendo. “Come (atti) todo” —ésta es la esencia (adititva) de Aditi[12]. “Come todo esto” es aquel que conoce que así es la esencia de Aditi; todo se convierte en alimento para él.

Intentemos escuchar poéticamente lo que dice el texto.
1. “Aquí” todo lo cubría Mirtyu, nombre sagrado de la Muerte. Esta Muerte es hambre, necesidad, imagen mítica de la “muerte natural”. Muerte es una boca que se abre. Esto, envuelto por “la boca de la muerte”, es cerrado. La divinidad (única) piensa: “esté provisto de un cuerpo”, y la muerte empieza a desplegarse…
En la oración brotan “las aguas”; en aquí “algo” se distingue; en el acto que se desglosa de la muerte, Muerte se pone en movimiento, y surge lo que fluye. Mirtyu no crea las aguas, las recibe. Ante la presencia que irrumpe, en el nombre del agua, el dios (se) dice la acción que las ha originado. Al conmemorar, junto con el agua recibe placer. De “ka se presenta aquel que la nombra: arka [el sagrado fuego].
Quien conoce la esencia del agua recibe felicidad. No sólo el juego polisémico del lenguaje sino también una interesante idea del saber concluye cada fragmento. Quien alcanza lo que el texto revela adquiere lo que recibe, convirtiéndose en ese saber; dicho de otra forma: el saber determina un sujeto. Esto que suena tan raro[13] no se encuentra alejado de afirmar que aquel que sabe seguir la veta para tallar la madera es nombrado ebanista, que quien incorpora las ciencias médicas obtiene el título de médico, o que aquel que se instruye en los sistemas filosóficos es llamado filósofo.
2. Las aguas son fuego. La espuma se separa, y de lo fluido emerge su inverso: lo sólido. Agua y tierra se distinguen. Del calor de la muerte se desprende el fuego. No en un aquí indiferenciado sino en esta tierra, Muerte hace su trabajo...
3. El fuego, uno en sí mismo, se despedaza en tres. De la división de lo desprendido de la obra del trabajo de la muerte emerge el espacio. El fuego enciende el espacio; y se dilata en el aire, llegando hasta el alto sol —más tarde, cuando haya tiempo, regresará a la tierra como procediendo de aquel.
El espacio es un Aliento que se inflama. Del cuerpo fragmentado se escinden trozos que discrepan; de los lotes se tienden las orientaciones, los puntos cardinales. Y nuevamente, así como es nombrado el soplo enardecido: “firmemente establecido”, así “permanece firme” quien esto vislumbra, es decir, es esto.
4. En Muerte–hambre —muerte–sinNombre, muerte–sinHombre— aparece un deseo: “Nazca para mí un segundo cuerpo”. Âtman es “cuerpo”, también “sí mismo”.
El espacio inicial cual semilla que germina despliega un tiempo primigenio; ese que aquí, ahora bajo el sol, todavía no existía. Sobre la tierra que se diferencia, en presencia del fatigoso trabajo de la muerte, bajo el ardor del fuego que se disemina, se gesta una venida al mundo, un nacimiento. Muerte lleva en sí la preñez; pero aún largo es el tiempo de la gestación, en la que irrumpirá el primer gesto.
Apenas dado a luz el fruto aún incipiente es tomado por Muerte-Hambre, que pretende llevarlo a la boca (que es). Obra del tiempo y de la muerte, experimenta el sobresalto de un instante de espanto; y de su boca brota un alarido de horror: pone el grito en el cielo. Del choque de aquellos huecos brota la voz. Voz que florece en un entre; entre el soplo del viento y el sonido de la criatura. A la luz del tronar de la voz, del bramido del fruto, se abre el mundo.
El lenguaje, obra del (des)encuentro de la cría con la muerte, cambia todo. La creatura se torna hombre. Al final de la Brahmana, Mirtyu se revela como el más alto dios hindú: Prajapati[14]. Tras el encuentro, tampoco el dios permanece igual. Muerte-Hambre, reunida en espíritu con la voz, será desde entonces Muerte-Palabra.
Pero, ¿y la voz?
5. La voz, convertida en lengua, será otro sí mismo de la Muerte. Si Muerte “(se) come” el fruto, escaso será su alimento. De la voz, Muerte emite todo lo que existe en el mundo.
“Esto cerrado”, diferenciado en “tierra”, deviene mundo. Muerte–hambre, la que todo lo traga, se volverá ‘La muerte’ en su dimensión significante: potencia bifronte, voraz y creativa, que procura su alimento del habla.
Luego, en el mundo se da el saber (Veda), los libros que reúnen los versos de los dioses con las melodías que cantan los hombres; se dan las fórmulas de los ritos y los sacrificios a las divinidades; y, distinto de los animales, se dará el propio hombre.



[1] Ver La sabiduría del bosque, Las Upanishad, de Geoffrey Parrinder, Ediciones Lidiun, Buenos Aires, 1980. Y Conciencia y realidad. Estudio sobre la metafísica advaita con la M@nd#kya Upanishad, las K@rik@ de Guadap@da y comentarios de Sánkara, de Consuelo Martín, Editorial Trotta, 1998.
[2] Ver Doctrinas secretas de la India, Upanishads. Introducción, selección, traducción directa del sánscrito y notas de Fernando Tola, Barral Editores, España, 1973.
[3] Significa provisto de âtman.
[4] Ka significa “agua”, también “placer”. El pasaje se construye con el juego de los posibles sentidos de “ka”. Otra traducción que ha llegado a nosotros dice: “En verdad rezando (arc), me ha llegado la felicidad (ka).”
[5] Arka significa “sol”, “rayo de luz”, “fuego”; sin embargo suele traducirse por “agua”, término que queda contenido en la palabra. El texto deriva el término “arka” de la raíz “ARC!!”, “rendir homenaje”, y de “ka”: agua, placer.
[6] Ashrâmyat deriva de la raíz SHRAM que significa tanto “cansarse” como “esforzarse”; podríamos decir entonces que Mirtyu “trabajó fatigosamente…”.
[7] Tejas es “fuego”, “calor”, “luz”, “energía”.
[8] El Prof. Fernando Tola aclara que este fragmento contiene una referencia a un himno del Rig Veda dedicado a Purusha [el hombre primitivo], de cuyo sacrificio surge el mundo.
[9] “Lo emitió.” La creación es concebida como una “emisión”, para referirse a ella se utilizan palabras derivadas de la raíz SRIJ que significa “emitir”.
[10] “aquel cuerpo”, o “aquel otro sí mismo”.
[11] Referencia a los Vedas; a las estrofas que constituyen el Rig Veda, a las fórmulas del Yagur Veda, y a las melodías del Sâma Veda.
[12] Divinidad védica que simboliza la “infinitud”, “lo vasto”, “lo sin límites”.
[13] Y que conduce al Prof. Tola a conjeturar diversas cuestiones mitológicas.
[14] Ver La ciencia de la religión, origen y desarrollo de la religión, Max Müller, Editorial Albatros, Buenos Aires, 1945.

Sobre las Upanishads


En Diálogos, Borges insinúa una idea: “Deussen, discípulo de Schopenhauer, […] empieza su Historia de la Filosofía con tres voluminosos volúmenes sobre la India, y llega después a Grecia. Generalmente se empezaba por Grecia, pero él no, él empieza por la India. Hay un capítulo, un poco superficial, que habla de la filosofía china; y leyendo esos libros: el de Müller y el de Deussen, llegué a la conclusión de que todo ha sido pensado en la India y en la China: todas las filosofías posibles, desde el materialismo hasta las formas extremas del idealismo, todo ha sido pensado por ellos. Pero ha sido pensado de un modo distinto, de manera que desde entonces nos hemos dedicado a repensar lo que ya había sido pensado en la India y en la China”. ¿Acaso será que desde la “intuición” el poeta ilumina un sector aún oscuro en la historia del pensamiento? ¿Será posible que reintegre la aurora, acaecida antes del punto más alto del sol, al largo día de Occidente? Después de todo, quizá no sea sino una más de sus innumerables ficciones; una que vislumbra el jardín desde los senderos que se bifurcan.
Antiguos versos trasmitidos oralmente, generación tras generación, hasta ser volcados en prosa, dan origen en la antigua India a los cantos que recoge el Chândogya Upanishad[1]. Junto con el Brihadâranyaka uno de los Upanishads más antiguos (s. VIII a.C.); el Chândogya surge en el seno de la escuela de los cantores védicos. La palabra Upanishad podría traducirse del sánscrito por “sentado a los pies de un maestro”. La tradición hindú afirma que éstos textos son “apaurusheya”, “sin hombre”, nosotros diríamos: “sin autor”, es decir, “anónimos”.
Los sagrados Vedas reúnen textos de contenido, forma y antigüedad muy diversa; agrupan, en versos y prosa, insinuaciones de un mundo de dioses, sacrificios y ofrendas. Pertenecen a los pueblos de lengua indoeuropea que llegan al subcontinente índico a mediados del segundo milenio a.C.; pueblos que desarrollan un complejo ritual religioso, en el que las ceremonias de ciertos sacrificios se extienden largo tiempo, requiriendo la intervención de diversas castas oficiantes. A partir de los rituales se establece un sofisticado lenguaje, que despliega un complejo sistema de equivalencias entre las voces, los sonidos, las realidades y los procesos del mundo a los que se alude.
Habitualmente se mencionan tres o cuatro libros, el Rig (rich) Veda, la colección más antigua, el Sâma Veda y el Yagur Veda, agregándose a éstos el Atharva Veda, de creación más reciente. Los Vedas se componen de obras heterogéneas; los Samhitâs “colecciones” de himnos, plegarias y fórmulas que describen el ritual. Los Brâhmanâs, volcados en prosa, son comentarios teológicos acerca de las colecciones, y tratan sobre las funciones que desempeñan los celebrantes en el rito. Los Arânyakas, de carácter secreto o peligroso, textos que sólo se leen en el bosque sagrado, y se dedican a los “renunciantes” —aquellos que, sobre el final de la vida, se retiran al bosque—. Las Upanishads contienen obras de finalidad reflexiva, las más antiguas integraban parte de los Brâhmanâs y de los Arânyakas; suelen partir de consideraciones ligadas a una “semiología” de las melodías o de los fonemas, para concluir en cuestiones que se asientan en el cuerpo; recurren a comentarios enigmáticos, a diálogos y a fábulas que anhelan aproximar al oyente a las enseñanzas sagradas.


[1] La traducción que tomamos es la de Daniel de Palma que se basa en un trabajo del Colegio de México, en Upani&ads, Ediciones Siruela, Madrid, 1997. Ver también los fragmentos en la Sabiduría hindú, de Lin Yutang, Biblioteca nueva, Argentina, 1959.